Fe de ratas
José Javier Reyes
El éxito arrollador de la película de Alfonso Cuarón, Roma, ha rebasado el ámbito de la cinematografía y se transforma en un fenómeno cultural que merece más que un comentario. Lo anterior porque al margen de su impecable realización, de su minuciosa reconstrucción de una época crispante en la muy accidentada historia de nuestro país, una fotografía que deslumbra con la sobriedad de su blanco y negro, y una técnica de dirección actoral que hizo creíble la actuación de un elenco mayormente no profesional, la película tiene valores metafílmicos, si se me permite el neologismo.
Lo primero, la protagonista. Salvo la versión desmesurada de sirvientas que se vuelven dueñas de grandes compañías o se casan con multimillonarios babeantes, lo que es apenas una proyección de fantasías pueriles, las trabajadoras domésticas (las verdaderas, las de carne, hueso y sudor) han estado ausentes de la cinematografía. Cleo, la protagonista de Roma, devuelve su importancia real a la ayudante que acaba por formar parte de la familia, que cubre flancos que los padres a veces dejan descubiertos. Es parte del tejido familiar, es un factor de cohesión que hace llevadera la vida, que a veces sirve para lubricar las fricciones entre los miembros de la familia.
Poner al personaje en perspectiva, dotarlo de los elementos que lo hagan creíble, eludir la hagiografía, negarse la facilidad de darle una dimensión heroica o mítica para devolverle humanidad, es una virtud de la película, y una que no es fácil de lograr.
Lo segundo, la historia. Siendo hechos verídicos (y diríamos presentes en la mente del creador) no existe aquí una recreación idílica. Y siendo así, también se aleja de la búsqueda documental, de la recreación del cómo para buscar el por qué. No busca la reproducción del hecho sino la recreación de sentimientos: hay una calidez que recorre la película, la sensación de tibieza que nos dejan los buenos recuerdos.
Lo tercero y más importante, su praxis social. Roma ha ido más allá del simpe hecho fílmico: su existencia es en sí una epopeya digna de una película. Ya han comenzado a hacerse notas, reportajes y piezas noticiosa respecto a la película. No dudamos que a futuro se haga una película sobre cómo se filmó Roma. Y que este behind the scenes pueda también ser nominado al Oscar.
Porque Roma nos habla de un momento de la historia muy lejano para recordarse con precisión y muy cercana para haberse olvidado. Porque Roma nos habla de una época en que el machismo, la misoginia, la discriminación y la represión oficial eran un flagelo cotidiano, una época que por cierto no ha terminado. Porque a decir de memes, tuits racistas en contra de la protagonista, Yalitza Aparicio, comentarios de mala envidia por parte de actrices y actores que no toleran que tanto Yalitza como Marina de Tavira hayan sido nominadas al Óscar; a decir de ello, la labor más importante de Roma está fuera de la pantalla, de la distribución que realiza Netflix. Está en la realidad, en la modificación de nuestras posiciones respecto a temas que siguen siendo parte de la agenda nacional.