El proyecto no sería posible sin la capacidad de organización de Coulibaly, presidenta de una asociación comunitaria para mujeres con doscientas integrantes llamada The Fighting Women (las luchadoras).
Ella ha recolectado basura durante casi veinte años, desde que tenía 15. Su esposo es conductor de woro-woro, un taxi colectivo.
Una mañana reciente, después de recoger basura, fue a casa para realizar los quehaceres y luego regresó a trabajar de noche, en esa ocasión en el enorme mercado al aire libre de Adjamé, a la hora del cierre.
Ella y otras mujeres iban y venían por los callejones de luz tenue, pasando incluso por los locales del pescadero y el sastre, quien aún estaba trabajando frente a su máquina de coser. Recogían hasta las pequeñas bolsas triangulares de plástico usadas para vender un trago rápido de agua en la calle.
El salario mínimo oficial del país es de aproximadamente 25 dólares a la semana, aunque muchas personas ganan bastante menos. Las mujeres dicen que ganan de 8,50 a 17 dólares a la semana.
Coulibaly destina su dinero a las colegiaturas en una escuela privada para sus tres hijos de edad escolar: uno dice que quiere ser piloto, otro quiere estudiar medicina y a otro le gustaría ser policía.
Las mujeres de la asociación destinan algo de dinero a un fondo que después se redistribuye, lo cual asegura que, si una de ellas se enferma, aun así reciba algunos ingresos.
El proyecto fue idea de Aboubacar Kampo, un médico que acaba de terminar un periodo como representante de Costa de Marfil en Unicef. Reclutó a Conceptos Plásticos, una empresa comercial de reciclaje de plástico que tiene la misión social de construir viviendas y generar empleos para personas pobres. Los fundadores, Óscar Andrés Méndez e Isabel Cristina Gámez, su esposa, acordaron trabajar con Kampo después de visitar Costa de Marfil el año pasado.
Se sintieron conmovidos al ver a las mujeres que llevaban a sus bebés mientras recogían basura en Akouedo, un vertedero conocido por ser un lugar donde se desechan desperdicios peligrosos, y creyeron que podrían ayudar. “Tuvo un gran impacto en nosotros”, comentó Méndez.
La pareja se mudó a Abiyán en junio para comenzar el proyecto y planean llegar a otros lugares de África occidental.
Esperan emplear a treinta personas en la fábrica y comprar el plástico de casi mil mujeres en su primer año de operaciones.
Los primeros salones de clases costaron aproximadamente 14.500 dólares cada uno, en comparación con los 16.500 dólares por cada salón de clases de concreto, dijo Méndez. Se espera que el precio baje un 20 por ciento cuando los ladrillos se fabriquen localmente.
No hay escasez de desperdicios plásticos. Abiyán produce cerca de 300 toneladas de plástico al día, pero solo un cinco por ciento se recicla, dicen los organizadores del proyecto. Cada salón de clases necesita alrededor de cinco toneladas de plástico para su construcción.
Kampo imagina un futuro en el que también se construyen viviendas de plástico para los profesores y letrinas para las escuelas. Los profesores de Sakassou comparten casas, pues sus familias viven en otras aldeas. En Gonzagueville hay catorce letrinas para 2700 niños y sus profesores.
Antes de que todo esto pasara, la lideresa de The Fighting Women había estado considerando una nueva línea de negocio: vender bebidas frías.
Ahora, dice Coulibaly: “Creemos que hay futuro en el plástico”.