
En medio del asfalto y el ruido citadino, un hombre en situación de calle conmovió a todos al montar su propia ofrenda de Día de Muertos.
Sobre un trozo de cartón escribió los nombres de sus seres queridos fallecidos y colocó veladoras, calaveritas de azúcar, flores de cempasúchil y fruta. Con lo poco que tenía, creó un altar lleno de amor y memoria, recordando que el corazón no necesita riqueza para rendir homenaje a quienes ya partieron.
