A mí siempre me ha gustado tener mi cabello largo, creo que físicamente es lo que más me gustaba de mí, lo cuidaba mucho, tardé como dos años para tenerlo así de largo, abajo de la cintura.
Me llamo Ana Paola Romero, tengo 16 años, soy estudiante de 4to semestre de bachillerato en la Universidad de Guadalajara, pero desde hace dos meses vivo en Toluca en el Estado de México con mis abuelos Santa y Jesús.
Hace siete días comenzó un brote de coronavirus entre nueve de mis familiares, creo que el primero que empezó con síntomas fue mi tío Rafael, le hicieron una prueba de covid-19 en su centro de trabajo y salió positivo. Desde ahí los demás comenzamos con síntomas.
Yo perdí el gusto y el olfato desde el 30 de diciembre, ya quiero recuperarlo para comerme unos tacos y que sí me sepan a algo. Aunque he sido afortunada porque solo siento el malestar como de una gripa y dolores de cabeza ocasionales.
Ahora como por obligación, no por placer, pero me obligo a hacerlo porque pienso que tengo que estar fuerte para ayudar a mi familia porque si todos empeoramos ¿quién nos va a cuidar?
Lo que me angustia es la situación en la que está mi abuelo Jesús de 68 años y mi tío José, de 47. La oxigenación de mi abuelo bajó a 40, los médicos nos habían advertido que no debía bajar de 90. Teníamos que conseguir oxígeno, veía a los adultos de mi familia preocupados porque está caro, todos estaban juntando el dinero. Entonces yo le pregunté a mi hermana si me tomaba una foto para subirla al Facebook y vender mi pelo.
Ese día vestía de amarillo, me solté la melena y me tomó una foto de espaldas y otra de perfil. Las subí a mi cuenta con un texto que decía: vendo mi cabello para comprar un tanque de oxígeno para mi abuelito, tiene covid, su oxígeno hoy bajó mucho y quiero ayudar a mi familia a conseguir dinero.
Mi cabello medía desde la raíz 73 centímetros.
Para cepillarlo a veces usaba el shampoo artesanal para el crecimiento que mi mamá vendía y cremas para peinar el cabello. Era muy cuidadosa al cepillármelo y duraba horas en el espejo haciéndome mil peinados que he aprendido en Youtube: molotes, todo tipo de trenzas, pero mis favoritas son las tipo boxeador.
A eso de medio día del domingo 3 de enero fui a la estética Fascino en Metepec a que me cortaran el cabello. La verdad quería llorar, porque la muchacha que me lo cortó me decía cosas muy bonitas como que soy valiente y que estoy muy chiquita para hacer estos actos de amor.
Después del corte me siento rara, nunca he tenido el cabello corto, soy como un pollo desplumado, así me veo. Con este corte me parezco al «Macaco» de María de todos los Ángeles, pero ahora mi cabello lo veo como algo que me sirvió aunque sea para sacar poquito dinero y ayudar.
Me pagaron 2 mil 500 pesos y ese dinero se lo di a mi tía para los gastos de mi abuelito que trabaja en un taller mecánico. Se compró el cilindro del oxígeno, pero en menos de dos horas se fue porque se puso el fluido a la capacidad más alta para que le subiera su saturación.
Yo prefiero perder mi cabello que perder a mi abuelito. De todos modos mi cabello vuelve a crecer, me quedó muy cortito, pero bueno desde antes de que me lo cortara muchísimas personas me apoyaron y lo siguen haciendo mandándome lindos mensajes de mi nuevo look.
Con eso no ajusta porque el tanque más chiquito cuesta como 5 mil 700 y nada más dura un día. La familia ha gastado más de 40 mil pesos en medicamentos, oxígeno y atención médica, se han endeudado para poder afrontar la situación.
Lo que necesitamos con urgencia es conseguir un concentrador de oxígeno y un tanque con mayor capacidad.
La situación de mi abuelo es delicada, tiene diabetes, pero no quiere ir al hospital, no quiere estar solo, prefiere luchar por su vida a lado de mi abuela Santa Fuentes, quien también está contagiada y en este momento veo dormir junto a él.
Mi abuelo es muy alegre, le gusta mucho bailar, de hecho siempre que hay una comida, nos quiere sacar, pero pues por vergüenza nunca queríamos, pero ya si se pone bien ahora sí voy a salir a bailar con él.
Fuente: Milenio