MUNICH, ALEMANIA, A 12 DE ABRIL DE 2017.– De alguna manera, Pep Guardiola transformó lo que era un infierno, el infierno madridista de siempre, en otra cosa. El Madrid jugó en Munich unos 45 minutos tan memorables como los del 2014, dejando al Bayern en parecidas condiciones. Neuer (lo alemán incorregible) evitó la goleada.
Salió reforzado Zidane en su confianza hacia una BBC que respondió con otro partido de Cristiano (recordemos la vuelta de Wolfsburgo) espectacular.
Y también por atreverse con Asensio en un partido así. El joven encontró el partido ya abierto en canal, pero brilló con ese paso suyo de superior categoría.
Real Madrid y Bayern son la gran rivalidad europea. Ellos mismos se llaman “La Bestia Negra”, así, en español. Pero mirándolos en el césped parecían haber convergido hacia algo muy parecido. El ancelottismo (la respuesta del fútbol a los entrenadores-monstruo) es una salida adecuada para ciertos clubes: fútbol moderado, centrista, experto.
Zidane es similar. Pero en lugar de arquear la ceja, sonríe. Y tiene algo, una especie de atónito pasmo, un «ángel» que a veces parece tranquilidad y otras simplemente fortuna.
El Bayern salió arrollando los primeros cinco minutos. El concepto actual suyo de “arrollar”. Guardiola llenó de extintores el infierno tradicional de Munich, lo convirtió en un fuego eléctrico, incluso un poco fatuo.
En el minuto 6 despertó el Madrid. El Bayern daba sensación de rival cómodo. Al cuarto de hora sólo inquietaba por Robben. Comprendíamos la obra de Ancelotti: suavizar a Pep como suavizó a Mou, pero sin extremismos.
Con extremos, pero sin extremismos y sin Lewandowski, el Bayern perdió la carga explosiva de sus ataques, inclinados casi cómicamente hacia el lado de Robben, una estrella anterior a la BBC.
Los minutos iniciales con la pelota del Madrid fueron buenos, y en el 17 Benzema remató picado un hermoso balón de Kroos (estela de Beckham y Míchel) que rozó Neuer.
Hubo ahí, a mitad de primera parte, una alternancia. El Bayern retomó el mando, no ya con la descarga atroz de verticalidad ni con algo que pudiera entenderse como autóctono o racial, sino con el toque apaisado reciente. Es el equipo que más pelota toca en Europa y no quería que el Madrid se lo discutiera.
El triángulo de juego entre Thiago, Alonso y Robben fue subiendo metros. Chutaron Alaba, y Ribery desde lejos, y consiguieron más saques de esquina. Al quinto, llegó el gol. Nacho perdió a Vidal (con ese aspecto de proyecto antropológico) y Navas se venció, implosionaron sus reflejos, se le invirtieron. El portero tenía los pies dentro. Ya no debajo del larguero, ¡dentro!
Para-Neuer (paranoia), pero no para Keylor. Era una primera explicación del partido.
Pero no la única. El Madrid no respondió al gol. No hubo descarga química alguna. El Bayern siguió con ese ritmo suyo de máquina de cardio, de desgaste mecánico y suave. Ni presionaba el Madrid, ni alargaba su posesión.
Si primero fue Vidal, que es de corriente inmediata, luego fue Thiago el que apareció. Un balón suyo provocó un choque entre Casemiro y Vidal y el brasileño quedó renqueante.
No estaba Bale, ni Modric. El Bayern subió el ritmo, y el Madrid se entregó un poco. Robben podía más que la BBC, y Thiago mandaba en la mediapunta (filtrar, verbo de moda), algo que nadie hacia en el Madrid.
El Bayern lo hizo casi todo por su banda derecha. Una jugada de Lham acabó en Ribery: dio sucesivos amagos, un disparo y el árbitro pitó penalti erróneamente. Vidal lo tiró fuera. Ese tipo de jugadas que parecen confirmar que “Algo hay”.
El Bayern se fue cabizbajo al descanso y a la salida recibió el otro “golpe psicológico”. Casemiro abrió a Carvajal, que centró con despiste, sin rosca, adivinando el desmarque decidido de un Cristiano que empieza a dosificar sus movimientos como Elvis los caderazos.
Es el único ser que podía permitirse un peinado que era un retorno a lo más profundo de los años 80. A lo más oscuro incluso.
La segunda mitad fue enteramente del Madrid, un equipo que lleva un año marcando en todos los partidos.
Después surgieron los espacios, se enderezó Casemiro también y la noche se puso para que la BBC se vengara de un año de críticas.
Antes de ser sustituido por Asensio (bien por Zidane en la semana de Dybala y MBappé), Bale tuvo medio gol que le paró Neuer, otra vez tras subida de un Carvajal que acabó pletórico.
El Bayern no sabe replegarse y sufría como un caballo: Cristiano provocó la expulsión de Javi Martínez en dos contras. El cambio de Bernat por Alonso terminó de reducir a los alemanes y Asensio aportó un nivel superior de intención.
Robben ya era emparedado entre Casemiro y Ramos, los Hierro y Redondo de esta época. ¿Y qué le quedaba al Bayern? Una posesión leve que el Madrid aún le permitía, y Neuer, que le paró un gol a Benzema y luego otro a Cristiano con una parada como no vimos jamás. Una mano de hierro, terminator, una mezcla asombrosa de independencia de extremidad y dureza muscular. Una parada Whiplash. Hizo lo que pudo ese portero genial, pero el Madrid había olido la sangre del archienemigo y tras las contras impuso ya algo más, un dominio sostenido.
Instantes después, Asensio se doctoró con un pase maravilloso a Cristiano en su gol 100 en Europa.
El Madrid pudo marcar muchos más (uno de alcance coronario anulado a Ramos al final, por ejemplo) y el Bayern acabó entre oles españoles, como aquel toro figurado de Augenthaler.
No le quedan rivales al Madrid. Ni infiernos que no sean domésticos.