MÉRIDA, YUCATÁN, A 16 DE ENERO DE 2017.– Si alguien tenía la esperanza de que, una vez convertido en presidente de la nación más poderosa del mundo, Donald Trump se volvería un estadista, un diplomático o por lo menos una persona sensata, habría que compadecer a quien así supuso. “Es el momento político”; “no cumplirá sus amenazas”; “eran fanfarronadas de campaña”. Muchos lo pensaron, pero tal parece que el asunto es serio.
Si bien la receta es utilizar el lenguaje bravucón contra el contrincante político y ser magnánimo y ecuánime en la victoria, las recientes declaraciones sobre el muro fronterizo nos demuestran que este cambio de piel no ocurrió. No entendió que ya ganó y para él la campaña sigue. Lo malo no es saber que, en efecto, algo terrible espera a nuestro país en el futuro: lo peor es no saber qué va a pasar, aunque con la sospecha de que el tsunami está a la vista.
Lo que no tiene ningún sentido es creer que la culpa de este panorama tétrico es de Donald Trump por racista, xenófobo, discriminativo, supremacista, antimexicano, antimusulmán, misógino y un etcétera que abarca casi todos los defectos de la especie humana. Lo único cierto es que ganó porque la mitad de los votantes norteamericanos comparte esa forma de pensar y cree que en efecto las desgracias de EU proceden de México y del Oriente Medio.
Pero esta forma de pensar es errónea, no por razones éticas, sino prácticas, contantes y sonantes. Las propuestas de Trump carecen de sentido. ¿El problema de México? La falta de empleos con seguridad social y buena remuneración, lo que obliga a gran parte de la mano de obra a emigrar a los Estados Unidos. ¿La solución? Forzar a Ford y a Carrier a no instalar plantas productivas en México, que podrían generar empleos. ¿Se entiende esta lógica?
Por ello, se entiende que el muro tampoco se construirá. No existe dinero, ni siquiera en Estados Unidos, para cercar un país, ni México podría “reembolsar” semejante locura. Hay razones de justicia, pero también de economía de la más elemental lógica.
La grandeza de EU se finca en su riqueza étnica y cultural. Su crecimiento económico se funda en la libertad de empresa y el libre comercio, de los que Trump ha sido usufructuario. De ponerse en práctica la agenda del presidente electo, el país de las oportunidades, la tierra de los bravos y los libres, se volverá su contrario.
Y México lo pagará, es cierto, pero Estados Unidos también. Y no con ataques terroristas ni bombardeos, sino con una crisis que demostrará que las propuestas contradictorias al espíritu de la democracia y la libertad conducirán a una nueva crisis, más profunda, para la cual no habrá muros que la detengan.