Investigadores aseguran que a medida que envejecemos, experimentamos el tiempo de manera diferente de lo que solíamos. Se cree que nuestra percepción del tiempo comienza a acelerar el paso del tiempo, a consecuencia de la reducción de la producción de dopamina en el cerebro impactando nuestros relojes internos.
Otra realidad es que a medida que envejecemos, tenemos menos experiencias excitantes emocionalmente, como por ejemplo el primer beso, las vacaciones o los primeros días de escuela.
Esta reducción en la intensidad emocional nos hace experimentar lo que se llama hipótesis habitual. En pocas palabras: estamos en piloto automático con mucha más frecuencia.
Existe la teoría proporcional de Paul Janet, que afirma que a medida que envejecemos, cada período de tiempo ocupa una fracción más pequeña de toda la vida.