Conocido como p’o’k’ab’, el lavado de manos posterior al bautizo de un menor es un rito de la antigüedad perteneciente al catolicismo, el cual se convirtió en toda una tradición en la cultura maya, sin embargo con el paso de las generaciones, poco a poco va quedando en el olvido.
Flores, ruda, agua bendita, servilletas bordadas con cruces, una jícara y sillas para los padrinos, son los elementos simbólicos necesarios para llevar a cabo este rito.
Los ancestros indican que las sillas adornadas son colocadas previamente para que el padrino y la madrina del niño se sienten, seguido a eso, los padres del bautizado se hincan frente a ellos y les rezan el Padre Nuestro, el Ave María, luego se persignan.
Dos velas adornadas con flores en forma de cruz son entregadas a los padrinos, quienes toman las flores y adornan la silla indicando de esta manera que reciben a sus nuevos compadres con toda su fe.
Las manos de los padrinos son lavadas en orden dependiendo el sexo del bebé, si es hombre, el padre iniciará por lavarle la mano al padrino, si mujer, será la madre quien inicie con este rito.
Mientras los padrinos extienden los brazos haciendo con sus pulgares una cruz, los padres llenan una jícara con agua bendita, en donde será sumergida la ruda con la que limpiarán las manos de sus compadres, no sin antes lanzar sobre ellos el agua bendita en forma de cruz.
Las servilletas en forma de cruz secan las manos de los padrinos, quienes reciben un beso al borde de las palmas por parte de los padres quienes aún se encuentran hincados.
El rito finaliza con los padrinos ayudando a ponerse de pie a sus nuevos compadres.
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