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Entre lágrimas, Marcelo vive una emotiva despedida del Real Madrid

Cuando el Real Madrid vuelva al tajo dentro de un mes, en Valdebebas ya no habrá por primera vez en el último cuarto de siglo un lateral zurdo brasileño. Marcelo Vieira, heredero de Roberto Carlos, su ídolo y anfitrión en las primeras Navidades en España, se despidió este lunes con gran boato del club, del que se marcha a los 34 años con la etiqueta de jugador con más títulos en la historia de la entidad (25). A partir de ahora, la izquierda de la defensa blanca pertenece íntegramente, y salvo sorpresa, a la escuela europea, con Ferland Mendy, David Alaba o el multitareas Nacho.

El de Río de Janeiro, vestido por completo de negro, collar plateado y su clásico pelo de alambre cardado, dejó claro que no piensa retirarse y que no sería un problema para él enfrentarse al Madrid. “No me asusta el futuro, no tengo incertidumbre. Lo que tenía que hacer aquí, lo he hecho. Mi historia en el Madrid está escrita. Dejo un legado a los jóvenes: la humildad y saber dónde estás”, explicó exhibiendo orgullo en la rueda de prensa posterior a un acto protocolario en el que apenas pudo enlazar dos frases seguidas sin caer en el llanto. Entre sofocón y sofocón, en la parte más formal de la mañana, confesó que siempre quiso “seguir el ejemplo de Raúl”, el capitán cuando llegó y uno de los asistentes a la ceremonia de adiós junto a Florentino Pérez, Carlo Ancelotti, Dani Carvajal y Marco Asensio.

Su impacto durante una década en el juego del Madrid resultó tan innegable como su repentino descenso en un momento en el que proliferan los ejemplos de longevidad. En su caso, entrar en la treintena abrió una pérdida de protagonismo irremediable. A partir de 2018, justo en la abrupta etapa que se abrió tras la salida de Cristiano y la primera marcha de Zidane, su peso sobre el campo fue decreciendo de forma alarmante. De los 3.617 minutos de la 2017/18 cayó esta campaña recién terminada a los 807, con una participación en la Liga de Campeones casi testimonial.

Primero le surgió la competencia de Reguilón (Solari lo prefirió a él). Zidane lo protegió al principio al desprenderse del canterano nada más traer a Mendy, pero luego lo fue relegando a apariciones cada vez más esporádicas, y lo terminó reduciendo a la función de carrilero con la escolta de tres centrales debido a su poca fiabilidad defensiva. Y Carlo Ancelotti apenas le dio pista. En la selección, todavía fue peor: desapareció tras el Mundial de Rusia.

Preguntado por todo ello, Marcelo mostró este lunes discurso de sabio veterano y aceptó con aparente calma su destino. “Claro que me he visto para jugar más [en este periodo]”, admitió. “He hablado con los entrenadores y ellos han hecho su trabajo. Discutía con Ancelotti y Zidane, y al día siguiente nos estábamos dando besos y abrazos”, afirmó. Según su relato, la luz la vio esta temporada, cuando menos protagonismo tuvo sobre el césped. “He ganado cinco Champions, jugué en las cuatro primeras finales y en la última, no. Y fue en la que más importante me sentí. Hablé cinco minutos con Rodrygo en el banquillo y él me miraba asustado. Antes del partido también lo hice con Militão y Valverde. Esto no pasó en las otras. Es muy bonito jugar, marcar un gol, dar una asistencia, pero para mí lo mejor fue la charla con los chavales. Es el legado que quiero dejar. Que los jóvenes entiendan que todo es posible”, advirtió.

“No me veo como entrenador”

“Esta temporada no he jugado casi nada y para mí he jugado mucho. He visto que he sido muy útil. Cuando lo he hecho más, no me he sentido tan útil como ahora. Me di cuenta de que para ser importante, para ayudar a un equipo a ganar una Champions o una Liga, no hace falta jugar más, sino hacer equipo y entender al entrenador. A lo mejor he sido egoísta al hablar con Ancelotti o Zizou, y pedirles jugar. El entrenador tiene su manera de pensar”, subrayó.

Casualmente, Carlo Ancelotti, en libro autobiográfico Liderazgo tranquilo narra un detalle de su primera etapa en el Madrid (2013-15) en el que cuenta cómo Marcelo le protestaba porque quería jugar siempre, y le advertía de que, si eso no ocurría, hablaría con el presidente para que lo cediera.

El italiano, según explica en el texto, le trataba de tranquilizar con el argumento de que solo se trataba de descanso. El brasileño, hasta estos cuatro últimos años de pérdida de peso, sufrió dos campañas en las que se vio más suplente de Coentrão que titular: la 2011/12 con Mourinho y la 2013/14 con Carletto (el brasileño no salió de inicio en la final de la Champions de Lisboa).

Ahora, la decisión de no renovar, dijo, la tomó tras una reunión con el club en la que ambos vieron que lo mejor era salir ahora. “Quedarme uno o dos años más por pena no va a pasar en mi vida”, matizó. Su futuro está por ver -evitó dar cualquier tipo de detalle-, aunque una cosa si proclamó: no será técnico. “No me veo, no tengo esa capacidad. Nunca entendí de táctica, el tres, cinco, nosequé. Imagínate que soy entrenador y les digo a los jugadores que cada uno vaya a su bola. No merece la pena ni intentarlo”, contó relajado en otra confesión que casa bastante con su mejor versión como futbolista, un elemento que gripaba armazones defensivos saltándose la táctica y actuando como un verso libre.

Si Roberto Carlos se imponía por fuerza y velocidad, él lo hizo con técnica y anarquía. Llegó en el mercado de invierno de 2006 procedente del Fluminense junto a Gago e Higuaín, costó 6,5 millones y, después de 16 temporadas, se marcha con 545 partidos, 38 goles y 103 asistencias. “Vine con 18 años y mi mujer, con 17, pensando que era maduro. Pero ahora veo a los que llegan y no sabía nada”, zanjó.

Fuente: El País / Foto: EFE

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