Dos de sus hermanos y varios de sus amigos emigraron a Estados Unidos en busca de mejores oportunidades, pero Eduardo Espinal, un niño de 12 años, apuesta a un futuro en Honduras, donde abrió una barbería el mes pasado para ayudar a su familia.
«La barbería me gusta mucho y estudiar también», dice el pequeño sentado en el patio frente a su «Eduar Barber Shop» en Comayagua, unos 80 km al norte de Tegucigalpa.
Eduardo nació en una familia de escasos recursos. Su padre, Wilfredo Espinal, de 50 años, se gana la vida sacando arena de un río para vender a constructores y su madre es ama de casa.
A los 11 años y con el fin de ayudar a su familia, comenzó a trabajar en una barbería que frecuentaba con su padre, donde aprendió el oficio.
Eduardo trabajó un año como aprendiz, hasta que hace poco más de un mes le pidió a su papá una silla que este último logró comprar por 22 mil lempiras (cerca de 900 dólares).
El trabajo infantil es una realidad en Honduras y en muchos otros países de Latinoamérica, aunque las leyes lo prohíben. En Honduras solo los mayores de 14 años pueden trabajar legalmente.
En 2021, 256 mil niños de los 2.3 millones de hondureños que constituyen el segmento de jóvenes de entre 5 a 18 años tenían un trabajo, en tanto que medio millón de ellos no estudia ni trabaja, de acuerdo con el Instituto Nacional de Estadísticas (INE) del país centroamericano.
Los bajos ingresos, la falta de oportunidades de trabajo y la violencia de pandilleros y narcotraficantes en Honduras obliga a cerca de 800 nacionales a emigrar cada día hacia Estados Unidos, donde viven más de un millón de hondureños, la mayoría sin permiso de residencia y de trabajo.
Fuente y foto: AFP