Si se trata de buscarle el “lado bueno” al hecho de haberse contagiado de COVID-19, este es sin duda la inmunidad que genera la persona infectada. A la cual se puede sumar la protección de la vacuna. Lo que daría como resultado una inmunidad “híbrida”, de acuerdo con un artículo del número de junio de la revista Science.
Según este, existen dos tipos de inmunidad: la natural (obtenida por infección) y la generada por la vacuna. “Además, está la cuestión de la combinación: ¿Qué tipo de inmunidad se desarrolla en las personas con inmunidad natural que se vacunan posteriormente?″, se pregunta Shane Crotty, autor del artículo.
Indica que la inmunidad natural y la inmunidad generada por la vacuna contra el SARS-CoV-2 son dos caminos diferentes hacia la protección. “Los niveles de inmunidad se pueden ubicar en un espectro, y se ha encontrado que la inmunidad natural contra la infección sintomática (COVID-19) está entre 93 y 100 por ciento durante siete a ocho meses en estudios grandes”.
Precisa, sin embargo, que la inmunidad natural contra variantes del virus, que reducen sustancialmente el reconocimiento de anticuerpos, es menos clara. “La actividad de los anticuerpos neutralizantes contra la mayoría de las variantes de preocupación (entre las que se encuentra Delta) se reduce para la inmunidad natural y la inmunidad generada por la vacuna”, comenta.
Agrega que los informes iniciales sugieren que las vacunas de AstraZeneca y de Pfizer conservan la mayor parte de su eficacia contra Delta.
Pero, ¿qué sucede cuando se vacuna a personas previamente infectadas? Las observaciones de varios estudios, señala el artículo, apuntan a que se produce una sinergia impresionante: una “inmunidad de vigor híbrido” resultante de una combinación de inmunidad natural e inmunidad generada por la vacuna. “Cuando la inmunidad natural al SARS-CoV-2 se combina con la inmunidad generada por la vacuna, surge una respuesta inmune mayor de lo esperado”
Un estudio citado, por ejemplo, encontró que los anticuerpos neutralizantes contra la variante Beta después de la vacunación de individuos previamente infectados con SARS-CoV-2 no beta fueron aproximadamente 100 veces más altos que después de la infección sola y 25 veces más altos que después de la vacunación sola, aunque ni en la creación de la vacuna ni en la infección entró en juego esa variante.
Por lo que, al parecer, haber enfermado de COVID, en este contexto de pandemia, también tiene sus “ventajas”.
Fuente: El Financiero /Foto: Ilustrativa